ENTRE EL RUIDO Y EL SILENCIO
Hablo desde esa necesidad profunda de encontrar un equilibrio entre el ruido constante y el silencio sanador. Vivimos en una sociedad que nos empuja a estar siempre conectados, acelerados, saturados por la sobreinformación y las prisas. Las noticias, en su mayoría, nos inundan con mensajes de violencia, guerras y tragedias, mientras que, al mismo tiempo, necesitamos generar recursos para pagar el alquiler, la comida y otras responsabilidades que nos atan a este ciclo frenético.
En medio de todo ese ruido, siento una urgencia vital por encontrar espacios de conexión con la naturaleza: caminar por la playa o la montaña, observar una puesta de sol, contemplar las estrellas en la noche, escuchar el canto de los pájaros… Estos momentos de silencio y contacto con la naturaleza son mi refugio, la fuente que recarga mi energía y me ayuda a cultivar la paz interna que tanto necesito.
Este camino también implica un constante balance entre querer pertenecer y, al mismo tiempo, querer huir. Formar parte del “sistema” es necesario para sostenernos, pero ese mismo “sistema” puede ser agobiante y nos incita a escapar para preservar nuestro bienestar. Encontrar ese punto medio, ese equilibrio sutil, es fundamental para no perdernos ni en la presión social ni en el aislamiento.
Aquí es donde entra en juego algo clave: la importancia de conocerse a uno mismo. Solo desde ese autoconocimiento profundo podemos reconocer dónde están nuestros límites, cuándo necesitamos parar, qué nos drena y qué nos recarga. Sin esa guía interna, es fácil perder el control, dejarnos arrastrar por el ruido externo y acabar ahogados en él. Aprender a escucharnos, a autorregularnos, es esencial para mantenernos presentes y en equilibrio, sin renunciar a nuestra autenticidad.
Cuando siento que la energía se me agota, recurro a prácticas como el reiki, el yoga o las técnicas de respiración consciente para reconectarme conmigo misma. También he aprendido que a veces hacer menos es un acto de valentía y amor propio.
Y es que muchas veces hemos confundido el dedicarnos tiempo a nosotros mismos con un acto de egoísmo. Hemos interiorizado la idea de que ser “bueno” es darlo todo por los demás, incluso cuando eso implique ir en contra de nuestras propias necesidades. Que poner límites o respetar nuestros tiempos es de personas “frías” o “egoístas”. Pero lo cierto es que cuidarnos no nos aleja de los otros, nos prepara para estar presentes de verdad, sin resentimientos, sin agotamiento, sin máscaras. No se trata de elegir entre uno u otros, sino de incluirnos a nosotros mismos en ese círculo de cuidado y respeto.
Dedicarnos tiempo para el autocuidado no es un lujo, sino una necesidad, porque si no estoy bien conmigo, tampoco lo estaré con los que me rodean.
Se trata de aprender a priorizar: discernir entre lo urgente y lo que puede esperar, aceptar que un esfuerzo puntual es valioso, pero que, si se vuelve constante, puede terminar pasando factura.
En este camino de ser tú, el verdadero reto es encontrar ese balance entre la actividad y el ruido, y a la vez reservar momentos para el silencio, para la escucha interna y la pausa. Solo así podemos alcanzar un bienestar integral que nace del autoconocimiento y del respeto hacia nuestro ritmo interno.